Perdona, pero ese asiento está reservado para mí

Casualmente, el día en que di a luz cogí el metro. Había sobrepasado las cuarenta semanas, por lo que mi barriga era notable. Y, como de costumbre, cuando subí al metro lleno de gente en hora punta nadie hizo ademán de cederme el asiento. En vez de esperar que alguien lo hiciera, ese día mi cansancio,  más bien agotamiento, y el calor de un verano adelantado hicieron que me dirigiera a los asientos reservados para embarazadas que hay en todos los vagones. Estaban ocupados sin excepción por hombres y mujeres que no cumplían con los criterios de reservados. Nadie se levantó. Me dirigí al joven que tenía más cerca y le indiqué el asiento estaba reservado para mí. Se levantó colorado y me lo cedió sin rechistar.

 

Aprendí a pedir lo que era mi derecho el día en que di a luz. Un poco tarde, diría yo.

Hasta entoces entraba al metro y esperaba a que alguien se levantara por voluntad propia. Mi jugada era muy poco inteligente y me sirvió únicamente en dos ocasiones; el resto de veces que subí al metro nadie me cedió amablemente su asiento.

Esta forma de actuar es habitual en las mujeres, comentiendo un grave error. Trasladado al ámbito empresarial, varios estudios confirman que los hombres tienden a exigir más subidas salariales que sus compañeras, más promociones, más posiciones para las que se consideran aptos y a negociar mejor sus salarios.

 

Sin embargo, ellas suelen ser más recatadas y esperan pacientemente que se les valore por su trabajo sin necesidad a reclamarlo. Al igual que yo esperaba que me cedieran el asiento por mi condición de embarazada sin necesidad a reclamarlo.

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Aprendí a pedir lo que era mi derecho el día en que di a luz. Un poco tarde, diría yo.

Hay diversos motivos educativos y sociales que explican esta forma de actuar por parte de las mujeres, pero lo importante no es por qué actuamos así. La pregunta es qué ganamos esperando sentadas (o de pie) a ser reconocidas.


Afortunadamente tenemos grandes ejemplos en cómo nuestros compañeros masculinos exigen con confianza en sí mismos. Tal vez llegaríamos más lejos si les imitáramos en este aspecto, rompiendo uno de los techos de cristal que nosotras mismas nos ponemos.


El guardián de recuerdos - primera página

Las personas atesoramos los recuerdos, los cuidamos, revivimos, cambiamos, ocultamos u olvidamos. Hay quien los escribe en un diario para que no se pierdan y hay quien intenta ahogarlos en la profundidad de la memoria para que no vuelvan. Otros son capaces de transformarlo, recrearlos con los condimentos que les apetezcan en el momento adecuado, disfrazarlos hasta reinventarlos. Otras personas los prostituyen, vendiéndoles al precio que marque el mercado, adornándolos para que ese precio suba, ocultando lo que resulta incómodo. 

Los recuerdos forman parte de nuestro pasado y nos convencemos de que nos conforman a día de hoy. Somos como somo por lo que sucedió; en esas historias encontramos la respuesta a lo que hoy hacemos. Nos aferramos a ellos siendo incapaces de dejarlos ir, son inherentes a nuestra persona y personalidad. Incluso cuando los cambiamos, incluso cuando los queremos ocultar, incluso cuando los negamos. Ahí están, en algún recoveco de nuestra mente, para decirnos quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos. "Somos nuestros recuerdos", he llegado a escuchar. Estamos tan hechos de recuerdos como de agua. Y aunque no son tangibles, ahí están, siempre, al acecho. A veces se despiertan cuando duermes, a veces los despiertas intencionadamente... continuar


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Comentarios: 2
  • #1

    María del Pilar de la Cuesta Morán (sábado, 15 julio 2017 15:30)

    Estoy muy de acuerdo con lo escrito , quizás nos falte más iniciativa para reclamar lo que nos pertenece .El dicho de "quién no llora no mama", tiene mucho de realidad.

  • #2

    Astrid Nilsen (sábado, 15 julio 2017 21:00)

    Pues es hora de cambiarlo ;)