Lee las primeras páginas de "El guardián de recuerdos"

Lucas

 

Querido hermano:

Las personas atesoramos los recuerdos, los cuidamos, revivimos, cambiamos, ocultamos u olvidamos. Hay quien los escribe en un diario para que no se pierdan y hay quien intenta ahogarlos en la profundidad de la memoria para que no vuelvan. Otros son capaces de transformarlo, recrearlos con los condimentos que les apetezcan en el momento adecuado, disfrazarlos hasta reinventarlos. Otras personas los prostituyen, vendiéndoles al precio que marque el mercado, adornándolos para que ese precio suba, ocultando lo que resulta incómodo. 

Los recuerdos forman parte de nuestro pasado y nos convencemos de que nos conforman a día de hoy. Somos como somos por lo que sucedió; en esas historias encontramos la respuesta a lo que hoy hacemos. Nos aferramos a ellos siendo incapaces de dejarlos ir, son inherentes a nuestra persona y personalidad. Incluso cuando los cambiamos, incluso cuando los queremos ocultar, incluso cuando los negamos. Ahí están, en algún recoveco de nuestra mente, para decirnos quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos. "Somos nuestros recuerdos", he llegado a escuchar. Estamos tan hechos de recuerdos como de agua. Y aunque no son tangibles, ahí están, siempre, al acecho. A veces se despiertan cuando duermes, a veces los despiertas intencionadamente. 

Cuando una persona me cuenta sus recuerdos, siento que le estoy robando una parte de su ser que nunca recuperará. Tengo una llave de su vida, una puerta que me ha dejado abierta y no podrá volver a cerrar, siempre permanecerá con el pestillo sin echar para que yo pueda acceder cuando me plazca. Y siento un enorme placer cuando eso sucede, disfruto invadiéndome de las vidas de otras personas, sintiendo en mi piel lo que ellas sintieron, caminando sobre sus pasos sin poder decidir, porque ya sucedió y no puedo cambiar los recuerdos, almacenando en mí los pensamientos y emociones que sintió. A veces creo que me gusta vivir a través de otras personas y por eso devoro tantos libros y películas, por eso ansío que todos me cuenten sus vidas, por eso ando siempre a la caza de nuevos recuerdos. Vivo sus vidas con tanto placer que me olvido de la mía propia, dejándome llevar por sus decisiones sin necesidad de tomar yo ninguna. Porque cuando alguien me entrega sus recuerdos, yo los vivo sin juzgarlos, los acompaño sin evaluar sus decisiones, los escucho con la mirada limpia y abierta, decidido a ser quienes ellos fueron. Y siempre, inevitablemente, sus recuerdos quedan conmigo. Aunque me den permiso para ello, nunca los regalo a terceros, por muy curiosos, interesantes o escabrosos que sean.

No puede haber mayor reto para mí que cuando me encuentro con alguien que no quiere compartir sus recuerdos. Mantengo la calma y paciencia, consciente de que conseguiré que un día - no sé cuál, pero habrá ese día - abrirán las puertas de sus pensamientos y me dejarán entrar con paso lento y decidido, o rápido y sigiloso, o tranquilo y presente. Da igual la forma en que camine con ellos, bien cogidos de la mano o como un mero espectador: solo el hecho de que me hayan abierto las puertas a sus recuerdos sin que siquiera lo haya pedido me hará feliz. Normalmente, si ese reto se plantea es porque la persona quiere ocultar sus experiencias, creyendo que encontró el camino para esquivarlas. Pero yo soy experto en caminar por sendas oscuras y escarpadas, sendas que no deberían transitarse y pueden llevar a un súbito abismo. Hay personas a quienes, además de no querer recuperar ciertas partes de su vida, les cuesta recuperar esos recuerdos que han guardado con celo bajo siete candidatos en un baúl en las profundidades del mar. Hay personas que los han evitado tanto, conscientes de que van a traer a su realidad un presente muy incómodo, que los evitan. Esos son lo recuerdos que a mí me gusta atesorar, esa es la puerta que me gusta abrir, esos son los senderos por los que me gusta caminar. Y, un vez los consigo, por la noche escribo todo lo que me han contado y lo guardo entre los libros de mi pequeña librería. Tengo cientos de papeles de vidas concretas, recuerdos ocultos de ojos indiscretos e incluso de mí mismo, ya que sería incapaz de recordar dónde están cada uno de ellos. Pero los tengo, son míos.

Ahora, sin embargo, tengo un miedo terrible a perderlos. Mi cabeza se va dejando llevar a un abismo donde no hay recuerdos y, cuando los hay, están entremezclados, confusos, oscuros. De tanto guardar recuerdos de otras personas quiero creer que mis cabeza me ha dicho que ya basta y se está deshaciendo de ellos poco a poco. Al menos de momento es lentamente, pero sé que en un tiempo los habré perdido todos y no sabré siquiera quién soy yo. El alzhéimer, esa maldita enfermedad, me ha atrapado demasiado joven. Un alto precio por robar los recuerdos de otras personas. 

Reconozco que hay días en que escribo, leo las páginas anteriores y no recuerdo nada. No sé de quién hablo ni cuándo escribí aquellas palabras, me siento un extraño en mí mismo. Pero al menos aquí están, entremezclados tal y como llegan a mi cabeza. Ojalá pudiera dejarlos escritos con mayor claridad y orden, almacenarlos en carpetas con sentido en vez de entre libros y libros, pero según me atacan en mis pensamientos debo dejarlos plasmados para evitar que se deshagan en mi memoria.

No soy dueño ya de mí mismo, no decido qué recuerdos quiero saborear un día u otro. A veces quiero capturar algún recuerdo, me esfuerzo en ello con frustración y creo que lo tengo ahí, en la punta de la lengua, en la punta de mi pensamiento, al acecho, adelanto mi cuerpo, la cabeza al frente para que caiga ese recuerdo que está físicamente ahí. ¡Qué ilusión más falsa! No soy capaz de recordar una sola ocasión en que haya podido volver a vivir un recuerdo perdido. Pero al menos algo queda de ese momento en mí porque soy capaz de intentar buscarlo. 

Lo más triste es cuando no me acechan recuerdos de mi vida, lo que últimamente sucede demasiado a menudo, y me doy cuenta de que ya me he perdido. Tengo miedo a estar muerto en vida y ni siquiera darme cuenta de ello. Solo soy un títere de la enfermedad, condenado a deshacerme de todos esos pasados, esas vidas, esas puertas que abrí. Incluso la mía propia. A veces aún recuerdo quién soy. Otras sé que prefiero olvidarme. 

Le costaba recuperar aquel recuerdo.

Lucas

9 de agosto de 2014

 

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