La personita más maravillosa del universo

Un compañero de trabajo me dijo que cuando nació su hija pensó que no podría llegar a quererla más. Pero cada año que pasa, y ella ya tiene quince, se da cuenta de que se equivocaba.

 

Tendré que fiarme de su palabra, porque yo en este momento siento que no se puede querer más a este cuerpecito tan pequeño que se adapta tan bien al mío. Quiero guardar recuerdos de cada momento desde que nació. Intento en vano que la cámara de mi móvil los capture y cuando vuelvo a observar esas imágenes son insuficientes. No atrapan el olor de tu cuerpo, mezclado con el mío y con el inequívoco olor de la leche materna. Me resisto a cubrirte con cremas o colonias que me privarían de ti. No sé cómo almacenar en mi memoria el tacto de cada uno de tus 48 centímetros, qué perciben mis dedos recorriendo tu suave piel, tu cabecita, tu pelo, tus mofletes, los pliegues de tus muñecas y tus pies, tus deditos diminutos. 

 

La cámara de mi móvil tampoco me dejará recordar lo que siento cuando te doy besos en la cabecita, en la tripa, en los pies que casi devoro más que beso. Esas imágenes de ti en mi cámara que me arrancan una sonrisa al instante no reproducen los ruiditos que haces cuando mamas y tragas la leche, ni tu respiración corta y continua. Ni esos pequeños gemidos que delatan tu hambre, antes de que llegue a arrancar el llanto.

 

Sigo haciéndote fotos adicta a retener en mi memoria cada instante contigo, mientras en la vida real los saboreo todos. No quiero olvidar ni un sentimiento de estos días en que apenas tienes días. No quiero olvidar qué es mirarte dormir mientras te agarro la manita y te digo todas las tonterías que cruzan mi mente, siempre cubiertos de diminutivos a cada cual más sinsentido como pequeñaja, mi ranita o mi pequeño melocotón. No quiero olvidar qué se siente al tenerte contra mi pecho respirando y te acaricio incansablemente ni qué siento cuando veo a tu padre comerte a besos y rendirse a tu magia.

 

Aunque estos recuerdos pierdan intensidad con el tiempo a pesar de mi afán por atraparlos, sé que no olvidaré lo que pienso: cuánta alegría traes y cuánto te queremos. Nosotros, tus padres, y muchas otras personas. Estos días pasarán y crecerás; vendrán otras emociones y sentimientos. Otros recuerdos, otros momentos, otra actividad frenética de intentar captar con imágenes y palabras lo que siento.

 

Y te querré cada días más, dicen los expertos, aunque hoy me parezca imposible que pueda querer más.


El guardián de recuerdos - primera página

Las personas atesoramos los recuerdos, los cuidamos, revivimos, cambiamos, ocultamos u olvidamos. Hay quien los escribe en un diario para que no se pierdan y hay quien intenta ahogarlos en la profundidad de la memoria para que no vuelvan. Otros son capaces de transformarlo, recrearlos con los condimentos que les apetezcan en el momento adecuado, disfrazarlos hasta reinventarlos. Otras personas los prostituyen, vendiéndoles al precio que marque el mercado, adornándolos para que ese precio suba, ocultando lo que resulta incómodo. 

Los recuerdos forman parte de nuestro pasado y nos convencemos de que nos conforman a día de hoy. Somos como somo por lo que sucedió; en esas historias encontramos la respuesta a lo que hoy hacemos. Nos aferramos a ellos siendo incapaces de dejarlos ir, son inherentes a nuestra persona y personalidad. Incluso cuando los cambiamos, incluso cuando los queremos ocultar, incluso cuando los negamos. Ahí están, en algún recoveco de nuestra mente, para decirnos quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos. "Somos nuestros recuerdos", he llegado a escuchar. Estamos tan hechos de recuerdos como de agua. Y aunque no son tangibles, ahí están, siempre, al acecho. A veces se despiertan cuando duermes, a veces los despiertas intencionadamente... continuar


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